No muchos lo querían al pibe. Mejor dicho, pocos. En épocas
donde las redes sociales no tenían la dimensión de hoy día, había que charlar
con la gente para saber lo que pensaba.
Yo iba a la cancha siempre al mismo lugar, por lo tanto, veía siempre
las mismas caripelas, con algunas excepciones. A veces tiraba algún chamuyo
para ver quién picaba: “Che, hoy en Reserva metió 4 pepas el pibe Leyría”.
Algunos se enganchaban y no lo podían creer. Otros, ni bola. Los más sensatos
me daban vuelta la torta ahí nomás. “Juega mañana la Reserva, flaco”. En
definitiva, lo que yo les decía, lo que quería que entendieran, es que el pibe
era bueno. Era bueno enserio. Le faltaba algo de chispa, un golpe de horno tal
vez, meter más bochas de las que erraba, pero tenía 17 pirulos nomás. Era un
pibe y se bancaba los embates de Ferreyra y Peñaloza en los entrenamientos como
un titán. Guardaba la pelota en un cofre el pibe y en dos baldosas te dejaba
desparramado mirando el cielo. No, si era bueno enserio te digo. No todos ven la jugada completa, sino que se
quedan con el gol o con el que dio la asistencia. Pero el pibe Leyría
participaba en todas. Metía, corría, sacaba, saltaba, ganaba de arriba,
aguantaba de abajo y jugaba como la reina en el ajedrez, para todos lados. Mirá
que lo fajaban al pibe, eh. Pero se la bancaba como Russel Craw en el
Gladiador. Recibía de todas partes y cuando lograban voltearlo, el pibe se
levantaba como si nada y se iba derechito al área a buscar el centro. Ni mu,
decía. ¿Eso no me lo reconocen, che? Una
vez un tío mío me dijo, “un jugador al que le pegan tanto es porque está mucho en
contacto con la pelota”. Corta. Y el pibe Leyría estaba con la pelota. La
entretenía, la cuidaba, la trataba con delicia y generosidad. Cómo no me iba a
gustar un pibe así.
Jugábamos sábado a la noche, partido picante por ubicación
en tabla y por la rivalidad natural con Ferroviarios del Este. Primer tiempo
nos fuimos al descanso perdiendo por 2. Al toque que empezó la segunda parte
nos rajaron a nuestro número 5, el ‘Candyman’ Garcilazo, por un patadón de
atrás. El deté, desesperado, hizo los 3 cambios juntos. Iban 5 minutos del
segundo tiempo. Ya era un papelón, pero encima se lesionaba alguno e íbamos
derechito a la masacre total. Buen, cuestión que entre esos 3 cambios entró el
pibe Leyría. Yo estaba cerca del banco. Lo llené de elogios y motivación al
pibe. Que vos podés, vos lo das vuelta, jugá como sabés y todas esas cosas le
dije. El técnico, textual, lo escuché, le tiró: “movete por todo el frente de
ataque”. Una sonrisa picarona y cómplice me dedicó el pibe Leyría mientras yo
miraba al técnico con la boca abierta. ¡Qué indicación original! Bua, en fin.
El pibe entró y la rompió toda. A los 10
minutos robó una bocha en campo rival, gambeteó un tipo, se metió en el área y
le hicieron penal. Lo pateó Galindez, nuestro 9, y le rompió el arco para el
descuento. Estaba encendido enserio el pibe. Cada vez que recibía, encaraba y
pasaba y dejaba algún compañero mano a mano con un pase clínico. A los 20’ tiró
un caño cerca de mitad de cancha, pasó y volvió. Cuando se frenó, el rival que
había sufrido el túnel, Reynoso creo que se llamaba, pasó de largo, pero le
estroló una trompada en el pecho. Como borracho malo que aun rendido quiere
seguir armando bardo. Roja directa. Quedábamos 10 contra 10. Ahora se me
estaban animando todos con el pibe, pero yo nada, calladito, metido en el
partido y sin nada de esa perorata de “te lo dije”, ni mucho menos. Los
jugadores rivales también se estaban avivando que el pendejo de 17 años los
estaba pasando como bicicleta embalada en embotellamiento de autos. Se
apiolaron y empezaron a darle. En una durísima casi me lo lesionan al pibe. Le
dieron un zancazo de atrás en el tobillo y el referí no sacó ni amarilla. Pero
Leyría no iba a salir a menos que le amputaran la pierna. Siguió jugando. Casi
a los 35 minutos cobraron un ful para nosotros, cerca del área, pero bastante
abierto. El pibe Leyría, caradura y atrevido, se lo pidió a nuestro 10. Metió
un bochazo divino al corazón del área que no sé quién rozó y terminó en el
empate. Faltaban 10 minutos y ahora todos pensábamos que lo podíamos dar
vuelta. ¿De la mano de Suarez, nuestro 10? Naa. ¿Por los goles de Galindez,
nuestro goleador? Tampoco. Si lo dábamos vuelta era pura y exclusivamente por
obra y gracia del pibe, del pibe Leyría, la joya de inferiores, nuestro
diamante en bruto que ya empezaba a sacar lustre.
“Corta en el medio
Molinari, le queda la pelota a Leyría que arranca para adelante a una velocidad
impresionante. Ojo que quedó mal parado Ferroviarios, eh. El pibe toca con
Suarez y va a buscar la pared. Se le va largo el pase a Suarez, pero llega
Leyría, sí, llegó a controlar la pelota. Se le acerca el topo Rodríguez a
marcarlo, lo quiere llevar contra la línea. No tiene descarga el pibe. Amaga
que va para afuera y se mete para adentro, se la lleva impresionante Leyría y
empieza a cerrarse. Se acerca al área, tira una bicicleta que deja despistado a
Lemos, engancha frente a Torres, lo dejó pintado, mirá. Queda de cara al
arquero, qué hace Leyría, probó una emboquillada, mamita, exquisito, se cola
por arriba del arquero que se estira y no llega, es el tercero, sí, gol. ¡Gooooooool!,
pero que pedazo de gol que hizo el pibe Leyría, por favor, descomunal la
calidad de este joven de 17 años. Una soltura para llevar la pelota, una
decisión para encarar y dejar a los rivales atrás y una frialdad de asesino
serial para definir por encima del arquero. El partido 3-2 y la cancha es una
fiesta”
Podría cerrar esta historia sobre el aguante aquí, con este
relato. Endiosarlo al pibe, engrandecerlo. Pero no. Aquello no sucedió más que
en mi cabeza. Faltando 5 minutos se generó un mano a mano dejando desairado al
defensor que lo vino a marcar. Quedó solo con el arquero, que lo achico bien.
El pibe Leyría amagó a rematar al palo derecho, pero en vez de patear se llevó
la pelota para adelante, dejando clavado al arquero y con el arco vacío a
disposición. No fue gol: Se le fue un poco larga. La llegó a controlar, pero ya
estaba sin ángulo y cuando quiso definir, la pelota dio en el palo y se fue al
saque de arco.
Para colmo, en tiempo de descuento, Ferroviarios tuvo un
córner y nos dormimos todos. Lemos, el 2 de ellos, saltó más alto que
cualquiera y de pique al piso nos la mandó a guardar. Lo perdimos. Pitazo final
y todos re calientes.
No es el mejor cierre para contar por qué banco tanto a este
pibe. No tiene un final feliz, es cierto. Pero el aguante no tiene porque
tenerlo. No alentamos solo cuando vamos ganando como tampoco bancamos a un
jugador solamente cuando le salen todas. Eso sería fácil. Aguantar es saber
esperar. Es tener paciencia. El pibe es un crack. Tiene condiciones de sobra,
tiene actitud. No está teniendo suerte. Ya la va a tener. Y ahí sí, cuando
todos se compren las camisetas del pibe Leyría, se saquen fotos con él, y lo
entrevisten de todas las radios del país, ahí sí voy a tener el placer de
decir, yo a este pibe lo banco desde siempre.