lunes, 6 de abril de 2020

La historia del aguante


No muchos lo querían al pibe. Mejor dicho, pocos. En épocas donde las redes sociales no tenían la dimensión de hoy día, había que charlar con la gente para saber lo que pensaba.  Yo iba a la cancha siempre al mismo lugar, por lo tanto, veía siempre las mismas caripelas, con algunas excepciones. A veces tiraba algún chamuyo para ver quién picaba: “Che, hoy en Reserva metió 4 pepas el pibe Leyría”. Algunos se enganchaban y no lo podían creer. Otros, ni bola. Los más sensatos me daban vuelta la torta ahí nomás. “Juega mañana la Reserva, flaco”. En definitiva, lo que yo les decía, lo que quería que entendieran, es que el pibe era bueno. Era bueno enserio. Le faltaba algo de chispa, un golpe de horno tal vez, meter más bochas de las que erraba, pero tenía 17 pirulos nomás. Era un pibe y se bancaba los embates de Ferreyra y Peñaloza en los entrenamientos como un titán. Guardaba la pelota en un cofre el pibe y en dos baldosas te dejaba desparramado mirando el cielo. No, si era bueno enserio te digo.  No todos ven la jugada completa, sino que se quedan con el gol o con el que dio la asistencia. Pero el pibe Leyría participaba en todas. Metía, corría, sacaba, saltaba, ganaba de arriba, aguantaba de abajo y jugaba como la reina en el ajedrez, para todos lados. Mirá que lo fajaban al pibe, eh. Pero se la bancaba como Russel Craw en el Gladiador. Recibía de todas partes y cuando lograban voltearlo, el pibe se levantaba como si nada y se iba derechito al área a buscar el centro. Ni mu, decía.  ¿Eso no me lo reconocen, che? Una vez un tío mío me dijo, “un jugador al que le pegan tanto es porque está mucho en contacto con la pelota”. Corta. Y el pibe Leyría estaba con la pelota. La entretenía, la cuidaba, la trataba con delicia y generosidad. Cómo no me iba a gustar un pibe así. 
Jugábamos sábado a la noche, partido picante por ubicación en tabla y por la rivalidad natural con Ferroviarios del Este. Primer tiempo nos fuimos al descanso perdiendo por 2. Al toque que empezó la segunda parte nos rajaron a nuestro número 5, el ‘Candyman’ Garcilazo, por un patadón de atrás. El deté, desesperado, hizo los 3 cambios juntos. Iban 5 minutos del segundo tiempo. Ya era un papelón, pero encima se lesionaba alguno e íbamos derechito a la masacre total. Buen, cuestión que entre esos 3 cambios entró el pibe Leyría. Yo estaba cerca del banco. Lo llené de elogios y motivación al pibe. Que vos podés, vos lo das vuelta, jugá como sabés y todas esas cosas le dije. El técnico, textual, lo escuché, le tiró: “movete por todo el frente de ataque”. Una sonrisa picarona y cómplice me dedicó el pibe Leyría mientras yo miraba al técnico con la boca abierta. ¡Qué indicación original! Bua, en fin. El pibe entró y la rompió toda.  A los 10 minutos robó una bocha en campo rival, gambeteó un tipo, se metió en el área y le hicieron penal. Lo pateó Galindez, nuestro 9, y le rompió el arco para el descuento. Estaba encendido enserio el pibe. Cada vez que recibía, encaraba y pasaba y dejaba algún compañero mano a mano con un pase clínico. A los 20’ tiró un caño cerca de mitad de cancha, pasó y volvió. Cuando se frenó, el rival que había sufrido el túnel, Reynoso creo que se llamaba, pasó de largo, pero le estroló una trompada en el pecho. Como borracho malo que aun rendido quiere seguir armando bardo. Roja directa. Quedábamos 10 contra 10. Ahora se me estaban animando todos con el pibe, pero yo nada, calladito, metido en el partido y sin nada de esa perorata de “te lo dije”, ni mucho menos. Los jugadores rivales también se estaban avivando que el pendejo de 17 años los estaba pasando como bicicleta embalada en embotellamiento de autos. Se apiolaron y empezaron a darle. En una durísima casi me lo lesionan al pibe. Le dieron un zancazo de atrás en el tobillo y el referí no sacó ni amarilla. Pero Leyría no iba a salir a menos que le amputaran la pierna. Siguió jugando. Casi a los 35 minutos cobraron un ful para nosotros, cerca del área, pero bastante abierto. El pibe Leyría, caradura y atrevido, se lo pidió a nuestro 10. Metió un bochazo divino al corazón del área que no sé quién rozó y terminó en el empate. Faltaban 10 minutos y ahora todos pensábamos que lo podíamos dar vuelta. ¿De la mano de Suarez, nuestro 10? Naa. ¿Por los goles de Galindez, nuestro goleador? Tampoco. Si lo dábamos vuelta era pura y exclusivamente por obra y gracia del pibe, del pibe Leyría, la joya de inferiores, nuestro diamante en bruto que ya empezaba a sacar lustre.
“Corta en el medio Molinari, le queda la pelota a Leyría que arranca para adelante a una velocidad impresionante. Ojo que quedó mal parado Ferroviarios, eh. El pibe toca con Suarez y va a buscar la pared. Se le va largo el pase a Suarez, pero llega Leyría, sí, llegó a controlar la pelota. Se le acerca el topo Rodríguez a marcarlo, lo quiere llevar contra la línea. No tiene descarga el pibe. Amaga que va para afuera y se mete para adentro, se la lleva impresionante Leyría y empieza a cerrarse. Se acerca al área, tira una bicicleta que deja despistado a Lemos, engancha frente a Torres, lo dejó pintado, mirá. Queda de cara al arquero, qué hace Leyría, probó una emboquillada, mamita, exquisito, se cola por arriba del arquero que se estira y no llega, es el tercero, sí, gol. ¡Gooooooool!, pero que pedazo de gol que hizo el pibe Leyría, por favor, descomunal la calidad de este joven de 17 años. Una soltura para llevar la pelota, una decisión para encarar y dejar a los rivales atrás y una frialdad de asesino serial para definir por encima del arquero. El partido 3-2 y la cancha es una fiesta”
Podría cerrar esta historia sobre el aguante aquí, con este relato. Endiosarlo al pibe, engrandecerlo. Pero no. Aquello no sucedió más que en mi cabeza. Faltando 5 minutos se generó un mano a mano dejando desairado al defensor que lo vino a marcar. Quedó solo con el arquero, que lo achico bien. El pibe Leyría amagó a rematar al palo derecho, pero en vez de patear se llevó la pelota para adelante, dejando clavado al arquero y con el arco vacío a disposición. No fue gol: Se le fue un poco larga. La llegó a controlar, pero ya estaba sin ángulo y cuando quiso definir, la pelota dio en el palo y se fue al saque de arco.
Para colmo, en tiempo de descuento, Ferroviarios tuvo un córner y nos dormimos todos. Lemos, el 2 de ellos, saltó más alto que cualquiera y de pique al piso nos la mandó a guardar. Lo perdimos. Pitazo final y todos re calientes.
No es el mejor cierre para contar por qué banco tanto a este pibe. No tiene un final feliz, es cierto. Pero el aguante no tiene porque tenerlo. No alentamos solo cuando vamos ganando como tampoco bancamos a un jugador solamente cuando le salen todas. Eso sería fácil. Aguantar es saber esperar. Es tener paciencia. El pibe es un crack. Tiene condiciones de sobra, tiene actitud. No está teniendo suerte. Ya la va a tener. Y ahí sí, cuando todos se compren las camisetas del pibe Leyría, se saquen fotos con él, y lo entrevisten de todas las radios del país, ahí sí voy a tener el placer de decir, yo a este pibe lo banco desde siempre.

sábado, 28 de marzo de 2020

La final exiliada


Hubo una vez, hace algunos años, un hecho muy paradójico en el fútbol moderno. La final del torneo más importante del continente americano se disputó en una ciudad extranjera, una de las capitales más importantes de Europa.
La jugaban los dos equipos más poderosos de uno de los países más ganadores de Sudamérica. Era una final a partidos de ida y vuelta, la última con este formato. Después sí se copiaría el modelo europeo de finales a partido único en algún estadio a definir de antemano por la organización del campeonato. 
El primero de los dos partidos se jugó en el país de origen, sin modificaciones importantes salvo una postergación por lluvia. Terminó en un empate. Una de las particularidades que tuvo este partido fue el gol del empate del equipo visitante. El local había convertido y el estadio aclamaba a sus jugadores y festejaba el gol apasionadamente. Ah, no les conté. Todos los presentes eran simpatizantes del equipo local, ya que en ese país se había prohibido, hace tiempo, el ingreso de los hinchas visitantes a las tribunas. La fiesta era vibrante. Primer gol de la final más importante de todas, de local, con toda la cancha alentando para el mismo lado. El panorama era inmejorable. Mientras la efervescencia del festejo continuaba, los celulares seguían filmando los cánticos de la hinchada o enviando cariños a familiares y hasta algún que otro relator partidario seguía gastando al equipo rival, los visitantes sacaron del medio y convirtieron el empate. Sí, hicieron un gol sacando del medio. En tiempo neto de juego, habrán pasado poco más de 30 segundos desde que el equipo local convirtió el gol y el equipo visitante lo empató. Después el local volvió a ponerse en ventaja y el visitante volvió a empatarlo. Terminó 2 a 2 y todo se definiría en la cancha del equipo visitante, el que hizo el gol sacando desde el medio.
El partido definitorio, entonces, se jugaría también en el país de donde provienen estos dos equipos. Repito para que entiendan la trascendencia. El torneo más prestigioso del continente. Los dos equipos más poderosos de un país sumamente importante de ese continente. Final. Partido de vuelta. Traten de imaginar el marketing que se movió en aquellos días. La ciudad paralizada. El país atento. Todos los focos se los llevaba la definición del torneo americano más relevante de todos. Los canales de televisión, radio, prensa y portales web llenaban sus espacios con contenidos destinados a resaltar este partido, a engrandecerlo, a promocionarlo y venderlo. Guerra de slogans, batalla de marcas, merchandising desbordado para ambos lados. Todo era exagerado, todo era demasiado. Pero faltaba algo, faltaba más. La ambición de este negocio lo consiguió.
El partido de vuelta de la final más importante de todas fue suspendido. Un irresponsable y defectuoso operativo de seguridad permitió que los hinchas locales pudieran acercarse y atacar al micro del equipo visitante cuando se dirigía al estadio. Fue un escándalo mediático y de una violencia aberrante, pero no desconocida. Después de varias horas de postergación y tras un acuerdo entre los presidentes de ambos clubes en conjunto con el presidente de la organización de fútbol de Sudamérica, el partido se pasó para el día siguiente. Ambos equipos se comprometieron a disputarlo. El mandamás del torneo estuvo de acuerdo. Mientras tanto, y como consecuencia del incidente –una zona liberada por la policía donde el micro fue atacado-, el ministro de Seguridad de la ciudad donde se desarrollaba el partido debió renunciar a su cargo. Días después, en esa misma ciudad se llevaría a cabo un encuentro entre los dirigentes más poderosos del mundo, conglomerados en el famoso G20. Pero esa es otra historia…
 El día siguiente, por lo tanto, los fanáticos del equipo local volvieron a colmar las inmediaciones del estadio. La esperanza se renovaba. Después de haber pasado horas y  horas en las tribunas esperando en vano el partido bajo un calor sofocante, los hinchas regresaban para poder presenciar, ahora sí, la definición de la final más relevante de la historia. Pero ese día el partido tampoco se jugó. El equipo visitante decidió, modificando radicalmente su postura del día anterior, no presentarse a jugar el partido. Tras esta nueva suspensión, el interrogante de si se jugaría el partido y dónde quedaba abierto y los medios de comunicación, guionados por las corporaciones del fútbol, se hacían un festín.
Muchas ciudades y capitales del continente ofrecieron sus estadios como sedes. El turismo crecería exponencialmente el fin de semana en que se decida disputar el partido y las ganancias de la cancha que pasaría a ser sede de la gran final serían exorbitantes. La decisión, por supuesto, sería política y la tomaría el Poder. No tendría que ver con la conveniencia de los equipos, la cercanía ni la facilidad para el acceso de los hinchas. Que se arreglaran…
Finalmente el acuerdo llegó y la final más final de todas tuvo su sede: una capital europea. Paralelamente a esta elección – ¿sin tener nada que ver una cosa con la otra?- el Presidente de la Nación del país de origen de los dos equipos que disputaban el partido firmó un decreto que beneficiaría económicamente al presidente del club que ofreció el estadio como sede. Algo de unas autopistas y peajes, constructoras, porcentajes favorables y un amplio etcétera.
Ahora sí, nos enfrentamos a una inmensa paradoja. La final de la copa más prestigiosa del continente americano se jugaría en Europa. En la capital de uno de los países invasores y saqueadores de ese continente. Con el pequeño aliciente que los hinchas que quisieran ver el partido deberían gastar una cantidad importante de dinero en el viaje en avión, el hospedaje, la comida, la entrada a la cancha, el cambio de moneda y demás gastos en los periplos que pudieran presentarse. Y además, como todo se trata de negocio, de vender, vender y vender, esta final de vuelta que debería recibir solamente a la parcialidad que fue visitante en el primer partido, recibiría a las hinchadas de ambos equipos. Claro, el marketing estaba asegurado: se enfrentaban a los ojos del mundo los dos equipos más poderosos del continente. La cancha dividida en dos. El resultado todavía en tablas. El vencedor sería el héroe indiscutido, el perdedor quedaría humillado para siempre. La gloria eterna en disputa. Nada más importaba. Las injusticias. Los reclamos de uno y de otro equipo. ‘Que queremos jugar en nuestra cancha, con nuestra gente y sin los visitantes’. ‘Que queremos que se suspenda el partido y nos den los puntos a nosotros’. La razón estaría marcada por la conveniencia económica. El partido nunca se suspendería porque eso no sería rentable. Y la oportunidad de mudar la final a otro sitio y vender entradas para todo el mundo, literalmente, a cualquier persona que quisiera presenciarlo – y pudiera costearlo- era muy tentadora.
La definición más demorada de la historia se jugó un día a principios de diciembre del 2018. Los equipos se sometieron a la extranjerización de las costumbres previas a cada partido. Las entrevistas obligatorias, las cámaras a centímetros de sus cabezas, el protocolo ultra formal de salida de los jugadores y algunas otras cosas a las que seguramente muchos de esos futbolistas no estaban acostumbrados.
El tono épico de ese partido estuvo en concordancia con las expectativas presentadas desde la organización y cumplieron altamente los objetivos del Poder. Nuevamente, el equipo que hizo de local –realmente de local- en la ida se puso en ventaja con un gran gol de su delantero. El equipo que tendría que haber hecho de local en el partido de vuelta, que ahora era visitante porque no era esa su cancha y porque había viajado miles de kilómetros para disputar el encuentro y encima no contaba con la totalidad de sus hinchas más fieles alentando en el estadio, empató el partido. Así terminó en los 90 minutos reglamentarios, con un resultado global de 3-3: empate 2-2 en América, empate 1-1 en Europa. El show continuaba. La final se definiría en un tiempo extra. Mejor imposible. Saldada y con creces la preventa de este espectáculo.
Sumados los 109 minutos disputados en esta oportunidad con los noventa anteriores, el partido seguía igualado a punto de cumplirse 200 minutos de la final más destacable de todas. De pronto, un rebelde, de esos que no conocen o no les importa lo que el negocio haya dispuesto en la previa del partido, emitió un torrente de fútbol desde su pie izquierdo que castigó el travesaño del arco y se incrustó en la red. Gol, festejo, alegría. La impureza, lo que sale de lo normal, lo que no se espera, lo que no está redactado en ningún lado, lo distinto, eso es lo que más me atrae de este deporte/juego/negocio millonario. Un empeine que impacta una pelota y lo cambia todo. Millones y millones de dólares en apuestas, en sponsors, en acuerdos, arreglos y sabrán Dios y el Diablo cuántas otras cosas más.
El partido siguió y los últimos 10 minutos fueron también el cierre perfecto para un espectáculo hecho a la medida de lo que se esperaba. Hubo situaciones de empatar el partido para quienes perdían y de definirlo para quienes lo ganaban. Hubo atajadas, despejes, malas elecciones, palos y córners. El último del partido, de hecho, fue ejecutado 3 veces. Se reiteraba por alguna disposición del árbitro que, seguramente tentado por el Poder, quería que el partido continuara. Hasta que se lanzó. El equipo que perdía tenía a todos sus jugadores esperando el centro, incluido su arquero, que hace minutos ya se había posicionado en el ataque, dejando su arco vacío. El centro fue despejado por el otro arquero, el que estaba en el arco que debía estar y aquel rebelde que lo había cambiado todo con su botín izquierdo hace unos 10 minutos, solo debió tirar la pelota hacia adelante, donde observó que uno de sus compañeros corría en solitario hacia el arco de enfrente.
-El número 10 corre solo para él gol. Alguien lo sigue, a lo lejos, y él sigue corriendo. Atraviesa todo el campo rival arriando la pelota con toques firmes y certeros. Corre y parece que correrá para siempre. Pero no. De pronto se encuentra con el arco vacío, despojado de todo guardián o defensor que pudiera interponerse entre él, la pelota y el gol. Solo tiene que acariciar, golpear delicadamente el balón con su pierna izquierda al medio del arco, que atraviesa la línea de gol y se convierte en leyenda-.
Lo demás serán solo palabras que de ninguna manera podrán reflejar lo que se vivió a continuación. Ni para un plantel ni para el otro; para los hinchas que viajaron a la capital europea a acompañar a sus equipos o los que se quedaron en su país de origen. Tampoco para quienes fueron a disfrutar el espectáculo, sin simpatizar preferentemente por alguno de los dos clubes. Tampoco conocemos con exactitud la inmensa movilización de dinero, acuerdos, manejos y poder que hubo en torno a esta final exiliada.
Este extraño e imborrable episodio sucedió hace algunos años. Conocemos algunos hechos, al campeón y al derrotado, el tanteador, las estadísticas, los pasajes vendidos y el incremento en las camas de hotel en la ciudad donde se desarrolló la final. Podemos averiguar cuánto pagaban las apuestas y de qué cuadro eran algunos de las personalidades emblemáticas que estuvieron en la cancha disfrutando el espectáculo. Hay muchas cosas que podemos contar, seguramente otras logremos averiguarlas. De lo que estamos seguros es que nunca jamás podrá repetirse lo que ocurrió en este partido final que comenzó en América y casi un mes después se definió a más de 10 mil kilómetros de distancia.

jueves, 26 de marzo de 2020

El pasaje a crack


¿Cómo se pasa de ser un futbolista común y ordinario a ser el crack del equipo, el mimado de la hinchada? ¿Cuál es la fórmula mágica para despertar la ovación con tan solo entrar en la cancha? ¿Cómo se genera esa exaltación en el hincha que aumenta la fuerza en su grito y la velocidad del choque de sus palmas cuando la voz del estadio anuncia su nombre?
 El pasaje a crack recorre distintos caminos. Uno más largo, más costoso, que implica años de dedicación y carrera con los mismos colores. Es a base de esfuerzo, de camisetas empapadas en sudor, de rodillas magulladas y corazones entregados en cada partido, en cualquier estadio. Este crack es necesario, tiene que jugar todos los partidos, torneos, copas, amistosos…todos. Es líder, emblema, voz de mando y técnico dentro de la cancha. Carga con las mayores responsabilidades de su equipo. El reconocimiento que obtiene este tipo de crack es eterno. Es un amor fiel e incondicional. No importa si en algún momento baja su nivel, porque sucede. Lo que importa es la historia que deja en su camiseta. En la mayoría de los casos, estos cracks saben retirarse a tiempo. Saben cuándo es el momento para otros, para algún futbolista más joven y más ambicioso. Porque estos tipos de cracks no lo son solo en la cancha, sino que en todo lo demás.
Otro de los caminos hacia la conversión en crack implica un extenso trayecto cargado con numerosas ocasiones para demostrar su talento. No va a ser el más rudo, ni el que más le hable a sus compañeros. Tampoco el que más corra. Será el encargado de levantar a la hinchada con caños, amagues, quiebres de cintura, asistencias milimétricas, tacos, chilenas y todo lo que quepa en su repertorio.  Este crack se va formando a través del encanto, enamorando a su gente, regalándoles buen fútbol. Es el que despierta el deleite en el hincha. Enciende la llama, levanta el ánimo, nos gusta y enamora. Nos da alegría verlo jugar, verlo bailar en la cancha. Aplaudimos y gritamos como groupies de estrella de rock cada vez que se saca un tipo de encima, cada vez que quiebra su cintura. Nos excitamos cuando lanza ese pase milimétrico para asistir al compañero y nos rendimos a sus pies cuando tira un caño, levanta la cabeza y la clava al ángulo. El crack adorado va a estar en nuestros corazones por mucho tiempo porque nos conquista con la pelota, su varita mágica.
Aunque no todo es sacrificio y habilidad en los viajes hacia el crackariato. Existen aquellos que de un salto recorren todo el trayecto, sorteando tanto la lírica como la mística. De un momento a otro, inesperadamente, se convierten en aquella figura que tantos anhelan ser. Estos afortunados requieren ante todo un escenario ideal. Clásicos, copas, finales. Desafíos específicos para alcanzar la gloria. Son los cracks de los goles importantes, de las actuaciones determinantes. El reloj también es un factor esencial en el nacimiento de este tipo de crack. Mientras  más cercano al final del partido sea su gol o su hito, más fuerza tendrá su nombramiento. No importa aquí ni su talento ni su sacrificio en los partidos anteriores. No, lo que importa es que fue él y no otro quien con su astucia desató esa euforia incomparable en la vida de este deporte que te produce vencer a tu rival predilecto, cumplir objetivos y levantar trofeos. El grito de gol, como rugido leonino, penetrando por sus oídos en su piel, corriendo esa carrera eterna del festejo, transformando lágrimas en sonrisas son los actos de consumación de este crack. Un crack instantáneo, que cuenta con el apoyo unánime de una parcialidad endulzada. Dependerá de su carácter y su confianza mantener encendida esa llama.
Así, sea cual fuera el camino que haya transitado, el crack es un ser único, iluminado. Y si llegó a su destino es porque llegó a ser quien es. Porque el crack nace crack, solo es cuestión de esperar qué tanto recorrido deba transitar. Mientras tanto, disfrutemos su camino.

sábado, 21 de marzo de 2020

Taller de la gastada


Para acceder a este taller es importante recordar que durante la semana previa NADA se dice respecto al partido que se viene. Es preciso mantener un perfil bajo. Si son otros quienes sacan el tema, tendremos que recurrir a la tan conocida anti mufa y responder: “No jugamos a nada nosotros, nos van a romper el culo”. Me detengo aquí porque es muy importante remarcarlo. Es necesario creer que así va a ser, para que el otro también lo crea. Acá no cuenta eso de la confianza y seguridad, porque no somos nosotros los que vamos a jugar el partido, al menos no con la pelota. Mientras más le auguremos una victoria de su equipo, rotunda y apabullante, mejor efecto surtirá lo aprendido en este taller.
Nuestro equipo ganó y nos encontramos con él, ella o ellos en un sitio con la posibilidad de cruzar unas palabras de forma tranquila. Sitio tranquilo. Recordarlo. Es fundamental que no se trate de un lugar con música muy alta ni una fiesta con mucha gente en la que se atropellan para hablar. La gastada, como todo tipo de arte, tiene que ir gestándose poquito a poco. Nuestra orientación no es la del burdo “Les rompimos el orto, amargos”, palmadita en la espalda y seguir viaje. Paciencia para los más eufóricos, la puteada siempre tiene su lugar solo es necesario encontrarle su tiempo.
Entonces, una vez que nos encontramos con la persona o grupo de personas a gastar debemos ir acercándonos lentamente. Todavía sin tener contacto visual, pero mostrándonos. Vamos a mostrarnos serenos, altos, inflados y seguros. Vamos a producir una sonrisita en la cara, lo suficientemente pronunciada para que se note, pero sin mostrar los dientes; ese es el límite.
El siguiente paso es tomar asiento junto al grupo o individuo a cargar. En su defecto quedarse de pie, aunque siempre es preferible sentarse, demuestra aun mayor tranquilidad. En ese momento, sacaremos un tema ‘X’ que no sea el deportivo e irá dirigido a otra persona que no sea la del equipo derrotado. Una charla amena, llevadera, pero simple, sin mucha profundidad. No hay que perder de vista que el tema central va a ser el fútbol.
Poco a poco, ir llevando la conversación al terreno futbolístico. Si un tercero es quien saca el tema, mejor, mucho mejor. Ahora, aquí lo importante son los gestos, el semblante del rostro. Nos mantendremos asintiendo sin decir palabra alguna cuando el entorno esté comentando la gran victoria de nuestro equipo por sobre el de nuestro chivo expiatorio. Los más sedientos, los que buscan mayor sufrimiento, pueden meter bocadillos alegando a la suerte, a cuestiones extra futbolísticas y mirar de reojo como la vena del cuello de nuestro rival va inflándose de sangre.
Nuestra participación activa va a comenzar cuando el resto del grupo ya haya acabado con el tópico en cuestión y antes de que se pase a otro. No importa repetir conceptos ya pronunciados, el meollo de la cargada es amplificar nuestra victoria al nivel del mundial México ’86; Despacharse con un monólogo tan confianzudo y complaciente como, ahora sí, si nosotros mismos hubiésemos conseguido la victoria en la cancha. Glorificar a nuestros jugadores, a nuestro director técnico, a nuestra dirigencia y al poder de nuestra hinchada. Somos todo y ellos nada. Este punto es importante, porque aunque digan lo contrario y quieran demostrar que no, es así como se sienten. Nosotros ganamos, somos todo. Ellos perdieron y no son nada.
Ahora bien, antes o después de esto, eso varía ante cada objetivo gastado, habrá un choque entre ellos y nosotros. Los argumentos ya los conocemos y están de más. Como dicen, la única verdad es la realidad, no hay merecimientos, ni nobles intenciones.  Lo que puedan refutarnos no tendrá efecto en nuestra oratoria, en nuestro discurso victorioso. El punto de ebullición, el pasaje de un mero enojo o malestar a la ira descontrolada en nuestro gastado, la produciremos con risas. Humillantes carcajadas ante las sandeces que pretenda esgrimir el rival vencido. Porque no ha de olvidarse nunca este detalle inmenso: Desde el vamos, estamos discutiendo con un rival vencido. Es necesario mantener la calma en todo momento, ya que el menor indicio de bronca por nuestra parte puede hacer tambalear todo lo producido hasta el momento. Recuerden, él ya perdió, todo este asunto es para ahondar en su derrota y vanagloriarse de eso.
Luego, el límite es personal. Desde aquí no fomentamos la agresión física, pero tampoco podremos evitar que suceda. Cada uno conocerá a su gastado y sabrá si debe parar y dónde hacerlo. Lo que si exigimos desde el taller es no tocar otras temáticas fuera del deporte. Nos dedicamos exclusivamente a la cargada futbolística. Cuestiones personales, políticas, religiosas, monetarias, cuáles sean, quedan prohibidas. Después de todo, el fútbol es sólo un juego, ¿o no?
Mi último consejo, disfruten la gastada. Si realmente logran que sea placentera para ustedes, es cuando mejor va a salir. Todo puede simularse, estudiarse y prepararse, pero la felicidad en el rostro es auténtica. Nada podrá modificarla. El objetivo del taller de la gastada es hacer enojar al otro, pero el motor para que esto ocurra es el disfrute propio. Lúzcanse.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Personalidades Múltiples


Yo soy el narrador. Convivo con la organización y los pensamientos constantes. En mi espacio es dónde se generan los contenidos teóricos para luego ser aplicados (o no) por el resto de los muchachos. Pienso, explico, digo y vuelvo a pensar. Soy uno de los que más conversaciones tienen con el resto de las partes. Me involucro mucho porque el proceso mental es muy rápido y constante. Quiero entender todo. Quiero organizar las cosas y anticiparme a los hechos. No quiero dejar nada librado al azar ni a la improvisación. Soy muy metódico e incluso a veces se me superponen las ideas, las cosas que hago. Esta sobrestimulación de pensamientos y razones entra en conflicto con uno de los encargados de llevar a la práctica todo este marco teórico que aquí producimos.

Yo soy el buscador. El disconformista, el que se cansa rápido de las cosas. Me gusta probar cosas nuevas, me aburre lo repetido. Odio la rutina. Busco gustos nuevos en la comida, en la música, en el deporte y en la estética normal de las cosas. Pocos proyectos me convencen de manera tajante. Al principio todo me parece interesante, pero luego debo seguir explorando otras alternativas. No me enfoco en nada fijo. Soy el más insistente a la hora de planear viajes porque me encanta conocer lugares nuevos.

Yo soy el vago. Aplico la ley del menor esfuerzo. Me gusta mucho dormir y odio todo lo referido al trabajo, al compromiso y a la responsabilidad. Podría pasar la vida tirado en el pasto leyendo un libro y escuchando música o en la cama mirando fútbol y series. No me gusta moverme. Planifico todo con tal de tener las cosas a mano al momento de sentarme en algún sitio. Para comer, por ejemplo, tener cerca la computadora, el control remoto, el celular y no olvidar llevar sal, bebida, condimentos ni nada que me hiciera levantarme más adelante. El solo hecho de imaginar algunos esfuerzos, trayectos y recorridos ya me satura. Dejo las cosas por la mitad y soy el responsable de que nunca triunfe la constancia en nada de lo que se proponga el narrador.

Soy el festivo. Hablador, protagonista y eufórico. Tengo mucha energía. Me encanta hacer reír a los demás. Amo cuando vamos en bicicleta y exploto en fiestas, asados y cuando vamos a la cancha. Hablo más de lo que pienso y no discrepo con nada. Todo me parece bien y muy pocas cosas me molestan. Es raro que lleve la contra en algo o muestre explícitamente mi disconformismo. Evito peleas y discusiones. Siento que no valen la pena. Soy egocéntrico y suelo interrumpir a la gente cuando habla. Pero también escucho y me involucro en las historias de las personas. Quiero ayudar, de hecho me ofrezco muy enfáticamente para resolver problemas o situaciones que enfrente mi círculo de amigos, familia y seres queridos. Claro, no siempre termino cumpliendo porque el vago entra en disputa. Trato de tener buena cara siempre para todo y estar bien predispuesto.

Yo soy el colgado. No aparezco muy seguido porque narrador está en todo, pero cuando sí tomo el control pasan cosas grosas. Mis cuelgues suelen ser muy grandes y generalmente pueden traer consecuencias graves. Nunca exploté una casa ni causé daño a nadie, no me refiero a ese tipo de gravedad. Sobretodo olvidar cosas importantes, fechas, objetos, personas…situaciones críticas que deberíamos enfrentar todos y para mí pasan por alto.
Yo soy el soñador. Casi hermano del buscador, solo que él se enfoca en cuestiones más concretas de búsqueda, más a corto plazo. Yo sueño con un futuro donde todas estas facetas diferentes encuentren armonía entre ellas y para con el mundo. Sueño con que se terminen algunas injusticias intolerables y desaparezca la violencia. Dónde el ser humano pueda ver más allá de su propio ombligo y ser más solidario con las personas que tienen más necesidades. También sueño con glorias personales, realización personal y metas que hoy encuentro lejanas. Imagino una vida con felicidad, rodeado de la gente que amo y con mis deseos satisfechos.

Yo soy el depresivo. Miro hacia atrás y solo veo fracasos. Siento miedo y vergüenza del qué  dirán, de cómo puedan evaluarme los demás. Me hundo y pienso en que soy un perdedor. Las pocas cosas que logré fueron con ayuda, no por mérito propio. Soy muy callado y reservado. Oculto muy bien mi depresión porque a festivo es fácil engañarlo y siempre quiere ser el centro de la atención. No avanzo. Estoy como paralizado, encerrado en mi propio foco. Me refugio en casa, donde siento que nada puede dañarme.
Yo soy violento. Pocas veces salgo a la luz, solo cuando alguna situación los desborda a los demás. Soy hiriente, sobre todo con la boca. Logro hacer sentir muy mal a las personas a las que me dirijo. Puedo explotar y tengo la fuerza para derrumbar una pared. Me mantienen a raya. Antes podía tener el control total durante más tiempo o en mayor cantidad de momentos, pero el idiota de pacífico fue muy fuerte. Logró enjaularme y son pocas las oportunidades en las que puedo engañarlo.

Yo soy pacífico. Soy tranquilo y calmo. También transmito paz a los que me rodean. Me fui desarrollando gracias a algunas experiencias gratificantes que llenaron mi alma y mi corazón. Nos llenaron de una paz tan grande que casi siempre me permite transmitirla a todos los demás integrantes. Puedo pasar horas volando, contemplando alguna imagen o flotando con algún pensamiento. También logro manejar situaciones difíciles y evitar problemas. Estoy convencido que gracias a mi podremos alcanzar la felicidad.
Yo soy el romántico. Suelo enamorarme fácil de las personas y de sus historias. Impulso el amor como la mejor forma de vivir. El amor como la forma de vencer miedos y de romper algunas barreras. Me encanta dar cariño y recibirlo. Soy tierno y apasionado. Soy constante. Estoy desde el inicio. Mis formas más explicitas aparecen frente a mi pareja o mis familiares más cercanos.

Yo soy el deportista. Intercalo etapas con vago, pero cuando es mi turno lo aprovecho. Boxeo, natación, gimnasio, salir a correr, he hecho de todo por nosotros. Sin duda los preferidos e inamovibles son la bicicleta y el fútbol. Mi medio de transporte predilecto y mi gran pasión. Semanalmente, recorro muchos kilómetros y juego mínimamente un partido. Disfruto mucho mi estado pleno, una respiración fluida y un cuerpo resistente. Soy primordial para llevar adelante todas las tareas a las que nos enfrentamos día a día. Soy fuerte y efectivo. Si no estuvieran los idiotas de vago y depresivo podría hacer grandes cosas con nosotros…

Yo soy el inconsciente. Mi tarea clave es lograr que todos estos estratos sigan intercalándose sin que ninguno se defina. No suelen darse cuenta de mi participación, salvo en determinadas ocasiones en las que el narrador ahonda muy profundo en su mente. De todos modos, siempre termino confundiéndolo, reprimiendo todos los intentos por sacar la verdad a la luz. Vivo en sus conversaciones, en sus pases de mando. Puede ser que narrador sea quien lleva el comando global de la situación, pero soy yo el que los controla a todos. Mis deseos son desconocidos y mi accionar no puede detenerse.

Mientras tanto la vida


Este lugar sirve para responder algunas preguntas.
Los objetivos que nos planteamos ocupan tiempo. Tiempo que sí, es necesario invertir en cumplirlos, en recorrerlos. Pero tiempo que se nos consume. Tiempo que utilizamos en ellos y no en otra cosa. Por eso este lugar. Un espacio para entender que pasa mientras recorremos ese camino. Qué pasa con nosotros en ese momento. ¿Estamos viviendo realmente? ¿O vamos en piloto automático? ¿Queda tiempo para levantar la cabeza y mirar?
Mientras tanto, la vida. Esos pequeños grandes detalles que suceden a la par de nuestros pensamientos. Nuestras acciones en tiempo presente. Quienes somos y cómo afectan en nosotros nuestros actos momentáneos. Lo que contamos en una charla de café, en una birrreada con amigos. Pero más profundo. Sacando las cotidianedades del clima, del deporte, del día de trabajo. La vida pasa mientras hacemos todas estas cosas, claro, porque esa es nuestra vida. ¿Pero estamos contentos con eso?
Mientras pasa nuestra rutina, soñamos con una vida al aire libre y animales dulces que correteen con nosotros. Con amor, abundancia, salud y felicidad. Todo lo que hacemos es para alcanzar esas cosas o para mantenerlas si ya las tenemos.
Mientras tanto la vida se va consumiendo y la intensidad se apaga. La realidad nos muestra más concreto que árboles y más discusiones que festejos.  Pero seguimos, porque no podemos detenernos. Porque el objetivo es más grande que todo, más importante.
Mientras tanto, la vida es el lugar para frenar. Detenerse por un instante y ver hacia donde estamos yendo, hacia donde encaminamos nuestros pasos.
El mientras tanto de nuestras vidas, es el presente de la vida, son las emociones más intensas y efímeras que nos suceden todo el tiempo.
Trabajamos, estudiamos, entrenamos, comemos y bebemos, planificamos, celebramos, lloramos, reímos, ganamos y perdemos, mientras un perro viejo cae en la ruta tumbado por un colectivo de línea. Mientras las personas más perfectas se casan en una choza en un monte verde. Mientras, dos amigos corren por una vereda escapando de una broma que le hicieron al más tonto del barrio. Mientras los soles se apagan en el espacio y el hielo congela hasta el alma más noble
Mientras tanto, la vida.

jueves, 27 de febrero de 2014

Los extraños caminos que puede tomar el amor

-Si vos querés podemos ir a tomar algo y ahí lo vemos bien- se animó por fin Marcos cuando la clase terminaba.
Macarena sabía que ella le atraía, pero pensó que era por su físico como a todos los demás. Y es que era realmente bellísima. De pelo largo enrulado, con ojos grandes color océano y sonrisa pronunciada de dientes perfectos, su pequeño cuerpo estaba muy bien desarrollado, era acogedor. Sus piernas bronceadas durante todo el año se unían a sus caderas, firmes y duras, que los pantaloncitos de jean gastados no se cansaban de apretar.
A Marcos le llamaba mucho la atención y estaba desconcertado. Siempre le habían gustado las mujeres inteligentes, pero ahora no podía dejar de pensar en esta chica. No le gustaba solamente por su imagen, sino que había algo más. Lo sabía. Era un intelectual muy culto y estudioso, alto, de pelo corto y bastante flaco. Su rostro estaba compuesto por partes que tranquilamente podrían haber sido recortadas de revistas y unidas unas a otras con pegamento. De ojos hundidos, nariz en punta, boca apretada, pero de labios carnosos, y una incipiente barba de desempleado reciente. No se lo podía considerar lindo o al menos no poseía una belleza común. Lo ayudaban sus facciones, las terminaciones de su cara. Manifestaba la rareza de un dibujo animado. Su perspicaz inteligencia y conocimientos teóricos siempre le habían permitido obtener a casi cualquier mujer que se propusiera. De todo tipo. Él las observaba, las analizaba y ya sabía de qué debería hablarles para conquistarlas. Estrenando sus veinte años de edad, estaba atestado de un gran apetito sexual y sabía muy bien como satisfacerlo.
Miriam era la diosa de su barrio. Una modelito de publicidad de desodorantes masculinos que estaba perdidamente enamorada de Marcos. Del Marcos que él le había enseñado, claro. Pero le parecía una estúpida y recurría a ella para saciar ese impetuoso deseo del sexo. No se sentía culpable ni nada. No, no lo molestaba en lo más mínimo.
Macarena lo había desorientado. Estudiaban juntos la carrera de Historia y ella, aprovechando su impactante figura, recurría a Marcos para que la ayudara con los trabajos prácticos y en los estudios previos a los exámenes. El astuto muchacho era consciente de que varias personas se le acercaban con aquellos fines prácticos, pero si no deseaba conseguir ningún provecho personal generalmente eludía esos pedidos de auxilio. Pero ahora sí estaba interesado y hace semanas que quería pronunciar la frase tan repetida mentalmente que la invitaría a salir.

- Dale, me queda un teórico de Latinoamericana I y ya termino por hoy. Si me esperás, vamos– sugirió tan seductoramente Macarena que los elaborados proyectos de respuesta del galán se desmoronaron con un asentimiento de cabeza.
Por supuesto que la esperaría. La esperaría toda la vida si fuese necesario. “¿Qué te pasa Marcos? ¡Estás hecho un terrible pelotudo con esta mina!” se quejaba para sus adentros.
Debía continuar con el plan, ese que había armado tan minuciosamente. No se permitiría parecer un desesperado que quería llevarla a la cama a toda costa. No, no quería parecerlo. Quedaban unas semanas para el final de Sociología del Lenguaje y, si hacía las cosas bien, podría verla todos los días después de clase. Hasta podrían encontrarse en su casa, o en la de ella, los fines académicos serían la excusa perfecta.
Los ochenta minutos que estuvo esperando la finalización de la clase los pasó analizando una y otra vez sus siguientes movimientos. Fueron al bar del gordo Enrique; en el café de la esquina de la facultad no podrían almorzar y el almuerzo siempre supone más tiempo y hasta mayor intimidad. Fue un excelente comienzo. Las risas iban aumentando y contagiándose, y las historias personales remplazaron los apuntes de la cátedra Spinoza.
Macarena contó de su familia. Vivían en la ciudad hacía ya varios años. Habló de sus relaciones pasadas, había tenido un solo novio, durante el secundario. Todo lo demás fue “touch and go”, definido por sus propias palabras. El tímido rubor que asomó en el bello rostro de la joven cuando pronunció aquellas palabras, dio pie al simpático seductor para hacerse el gracioso: - Claro, ¡dura lo que dura dura!-  Por suerte para él, su jocoso comentario fue festejado y la velada diurna fue un éxito.

Los encuentros tras la facultad continuaron y fueron adquiriendo un mayor grado de confianza. Todo marchaba perfectamente. Solo que Marcos no estaba conforme con esa perfección. A esta altura, tenía a la chica rendida a sus pies y todavía no la había ni siquiera besado. No era la timidez, ni el miedo al rechazo. Tampoco, claro, por alguna cuestión estética ya que Macarena se presentaba despampanante a cada una de las reuniones que llamaban “estudiar para el final”.
No sabía que le pasa. No había perdido el interés, al contrario, cada día utilizaba todo su arsenal de conquista y la impresionaba con humor, simpatía, cultura y demás artes seductoras en las que iba desenvolviéndose. Tampoco era amistad. Nunca dejaría que la relación diera ese vuelco. No la consideraba una amiga y no tenía intenciones de hacerlo. Macarena era demasiado obvia, típica en su personalidad y trivial para alguien como Marcos. Estaba ya muy fastidioso, así que decidió resolver la situación: Seguiría ayudándola a repasar, conversando y coqueteando con ella hasta el momento del examen. Después de rendir, la invitaría a su casa para festejar la segura aprobación de la materia y tendría sexo con ella.

Efectivamente, todo salió como el sagaz muchacho había premeditado. Aprobaron y decidieron festejarlo. Primero, se juntaron a tomar unas cervezas con el resto de sus compañeros que también habían tenido éxito. “Así ya la tengo un poco entonada y entrega más fácil”. Su plan marchaba tal y como lo había pensado.
Una vez en la casa, y ya que aun no podía comprender el extremo interés en Macarena, decidió ir directo al grano. Comenzaron los besos, las caricias, los toqueteos y la sensualidad fue fundiéndose en la cama de Marcos. Pero él no estaba pasándola bien. Era una de las chicas más hermosas que había conocido y no se sentía excitado. Igualmente sabía que al comenzar el acto debía consumarlo. “Dale gil, ponete las pilas y cogete a esta terrible yegua que tenés en pelotas enfrente tuyo” se alentaba ya molesto consigo mismo.
En uno de sus repetidos intentos por penetrarla, tiró demasiado fuerte del pelo que estaba acariciando y eso lo estimuló. Sin consultarla, siguió tironeando toda su cabellera como si quisiera arrancársela de la cabeza. Entre los incesantes gemidos de su pareja, alcanzó un nivel de erección y deseo sexual que no había experimentado nunca antes. Con una extraña pero satisfactoria furia, montó a la chica y la fornicó como si no hubiese mañana. Mientras más fuerte gritaba Macarena, más punzante y agresivo era Marcos en su bestial arremetida contra ella.
Eso era entonces, se había dado cuenta el muchacho. Los gritos y gemidos lo excitaban. Los gritos y gemidos de ella. Disfrutaba las expresiones de dolor en su rostro. Nunca le había pasado, pero no le dio importancia.

La relación continuó, porque el sexo continuó. Era aburrido conversar con ella y hasta le molestaba verla reír. Solo le importaba el sexo, aunque no el acto sexual en sí, sino las sensaciones que generaba en ella. Los únicos momentos felices de Marcos junto a su pareja eran cuando le infringía alguna especie de dolor durante la relación carnal. Poco a poco fue dándose cuenta de que lo que le gustaba de Macarena, lo que lo atraía, era su sufrimiento. Ese interés que al conocerla lo desconcertaba, lo obsesionaba, era sencillamente eso, le gustaba verla sufrir.
En una oportunidad, durante una clase que compartían, presenció una fuerte discusión que mantuvo con otra estudiante, que en el desenlace de la pelea llamó a Macarena “Pendeja creída y caprichosa que le chupa todo un huevo”. Fue Marcos quien se quedó con ella, abrazándola y consolándola, y por supuesto, disfrutando de su llanto.
El talento mental del potencial historiador no se centraba ya en artimañas de conquista, sino en generar situaciones donde pudiera experimentar el dolor en su dichosa novia.

Una noche, convenció a Macarena que lo dejara quedarse a dormir en su casa, aunque los padres de la chica estaban presentes y nunca lo hubieran permitido. Él lo sabía, pero sus argumentos fueron lo suficientemente válidos como para conseguir lo que quería. En esa ocasión el sexo fue deprimente. – No puedo gritar mi amor, van a escuchar mis viejos- se excusaba ella ante sus insistentes pedidos. No importaba, a la mañana siguiente obtendría su placer de otro modo.
El sonido de la mano del padre impactando contra el cachete, la perplejidad de la chica, la angustia, las quejas, los insultos recibidos, seguidos por el furioso llanto y acompañados siempre por esa marca roja en el rostro de Macarena, generaron en Marcos una sensación extasiante de euforia y alegría contenida que gozaba con recelo. Debía controlarse y seguir actuando como el fantástico novio contenedor que ella creía tener.
Las películas también resultaban pertinentes a la hora de saciar esa maliciosa búsqueda de Marcos. – “Una de terror o algún drama jodido gordita, así después nos mimamos un rato”- Los engaños surtían efecto, con increíbles resultados. Macarena se pasaba horas temblando y llorando, gritando asustada y horrorizada. Y él la miraba sonriente.
  
Las chicas lindas siempre consiguen lo que quieren. En este mundo, las chicas lindas siempre triunfan. No necesitan cerebro, no precisan dinero ni afecto. Con su belleza les alcanza para obtener todo lo que deseen.
Este era el argumento de Marcos, la razón que se daba para aceptar lo que hacía con Macarena. Y se divertía mucho. Era muy placentero y estimulante ver los sollozos de su pareja y observar sus miserias. Pero con el tiempo eso solo ya no alcanzaba. Debía experimentar en carne propia el sufrimiento de ella. Quería ser protagonista y partícipe en su dolor. Así que hizo lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho en su lugar:
Desde el celular de Macarena, y haciéndose pasar por ella, envió un mensaje de texto, que después eliminó, obviamente, citando a su ex novio a pasar una tarde de sábado en su casa. Le fijó el horario y le dijo que una vez reunidos le contaría de qué se trataba ese inesperado mensaje que firmaba con extrema necesidad. Miguel, sorprendido pero motivado, se dirigió a la casa de su antigua pareja sin mucho que esperar, tal vez un encuentro de sexo furtivo o algo así. La sorpresa que se llevó Macarena al verlo, ahí, parado en su lobby, con esa cara de seductor porfiado al mejor estilo Troy Mclure, no fue nada en comparación a la desesperación en que incurrió, momentos después, cuando observó a Marcos tras ellos, con el aspecto más indignado y desilusionado que él pudo simular.
La pelea duró pocos minutos. Los suficientes. Miguel se retiró presurosamente de la escena mientras las excusas y los “no entiendo qué pasa” brotaban de la boca de la desesperada joven. Marcos la insultó, la maltrató y denigró. Descargó una furia iracunda y hasta consiguió estrellarla duramente contra la puerta. Su juego macabro había sido otra vez un éxito. Confundida, indefensa y con el corazón totalmente destruido se quedó ella, agazapada con la cabeza baja frente a la entrada de su casa. Y él la miraba sonriente.
El supuesto disgusto de Marcos para con su novia se mantuvo lo necesario como para satisfacer muchos de esos raros deseos que crecían en él y reclamaban ser atendidos. Pero era demasiado astuto como para estirar tanto tiempo ese enojo por una cosa tan sencilla y estúpida como la que había ocurrido. Es decir, de encontrarlos en la cama hubiese sido diferente, pero ese simple encuentro que había generado, sin nada más, no alcanzaba para mantener por mucho tiempo la mentira de su decepción.
Verla tan angustiada por la pelea, tan necesitada de él y tan triste por su momentánea separación, le dio una gran idea. De hecho, fue la idea más brillante que se le ocurrió en toda su vida.

Los gemidos, las peleas con amigas, las discusiones familiares, no habían sido nada en relación a lo anteriormente sucedido. Ni siquiera el dolor físico que pudo infringirle alcanzaba. Pudo haberla asesinado, claro. Hubiera sido hermoso y lo hubiese disfrutado muchísimo. En realidad ya lo había pensado. Tenía todo el plan armado para que la muerte fuese lo más dolorosa posible y para que él no quedase relacionado. Pero no. Una vez finalizado, una vez concluido el crimen, se terminaría todo. No tendría con quien seguir. Macarena era única. La única con quien disfrutaba al verla sufrir. No había otra y seguramente nunca más la hubiese.

Al poco tiempo, se arreglaron. Volvieron a ser la pareja feliz de antes y Marcos ya no forzaba ninguna situación para hacer sentir mal a su novia. Siguieron juntos por mucho tiempo. Pasaron los años, se recibieron, viajaron y compartieron todo tipo de cosas. Marcos era el novio más atento y cariñoso que nadie podría jamás tener. Le daba todos los gustos, la satisfacía con lo que ella deseara y la hacía feliz. La hacía verdaderamente feliz.
Una mañana, cuando ya vivían juntos, Marcos estaba tomando una de sus habituales duchas matinales, antes de ir al trabajo en el colegio, mientras Macarena preparaba el café de todos los días. Le pareció rara la tardanza de su pareja, siempre puntual en la mesa para el desayuno. Al tercer llamado sin respuesta, fue al baño a buscarlo: El chorro de agua impactaba de lleno contra el cuerpo yaciente de Marcos. La sangre pintaba toda la bañadera.
- Un tropezón señorita- explicaba horas más tarde el médico forense – se le partió el cráneo contra la cerámica. Fue un golpe muy duro. Falleció al instante.-

Desde ese día, Macarena nunca volvió a sonreír. Su felicidad murió con Marcos. Cada noche lo lloraba en su cama y todos los domingos visitaba su tumba y la adornaba con flores. Y él la miraba sonriente.


Reflexión final: Marcos amaba a Macarena, solamente que, a diferencia del resto de las parejas, él no deseaba su felicidad, sino su sufrimiento. Pero la amaba. La amaba tanto que dio la vida por ella.